Comes y comes y vuelves a comer...
Comes y comes y vuelves a comer. ¿No tienes límites? Eres una gorda y siempre lo serás, si no dejas de comer, ya te pareces a la Miss Piggy o acaso no te das cuenta de la cantidad que comes… y no digas que es por ansiedad, ¿De qué vas a estar ansiosa? Si tienes todo. Ah y por ser tan gorda y descolgada, vas a ponerte fea. Si pues, si ahora ya estas fea, mira tus cachetes, mira tus rollos Michelin. Más creces para los costados que para arriba. Nadie te va a querer. Te vas a quedar sola viviendo con gatos como una solterona. Deja de comer he dicho, olvídate de los dulces, del arroz y la papa. Comerás verduras hasta que explotes y te lo digo porque te quiero y no deseo que sufras cuando crezcas. Ahora es el momento de cambiar. Sino serás una desgracia y nadie te va a querer por Gorda, fea y chata.
¿Suena conocido? ¿Alguna vez has recibido comentarios así en tu niñez? ¿Te sientes identificada de alguna manera?
Buenos, te diré que no eres la única y que éste tipo de vivencias es compartida por muchos niños, tal vez no a ese extremo pero muy cercano.
Ustedes se podrán preguntar ¿cómo esto afecta la autoestima de un adulto? Pues es como niña o niño que se ha identificado toda la vida con esas ideas fatalistas que han ingresado a su memoria a largo plazo. Las neuronas del cerebro al aprender crean huellas facilitadoras que a través de la inhibición de vías sinápticas se desechan recuerdos innecesarios y por la habituación, al cerrar canales de calcio en la sinapsis, permiten que se creen las redes de aprendizaje del individuo. Las huellas facilitadoras son las que aumentan la sensibilidad de la memoria para el dolor o el placer.[1] Esto facilita la conciencia de si mismo, por lo tanto se llega a producir las profecías autocumplidas. Lo cual quiere decir que se cumple lo que se te dijo desde niña. Terminarás siendo gorda, fea y chata, sin saber como sucedió y viendo tus fotos de niña cuando eras hermosa ¿QUÉ SUCEDIÓ? ¿Dónde perdiste tu rumbo?
Hay que tener mucho cuidado con lo que se le dice a los niños, aunque se piense que es para ayudarlos. Las personas registramos de manera inconsciente a través de la percepción, la cual se refiere al ingreso de información sensorial de estímulos externos hacía el cerebro. El cerebro inmediatamente forma imágenes para dar sentido a la información recibida, buscando constantemente el orden de manera inconsciente y automática. Dependiendo de los umbrales absolutos de cada persona. Es decir, el nivel mínimo de estimulación que la persona será capaz de registrar.
Según Rock, un psicólogo cognitivo, plantea que existen dos etapas de percepción4 http://antropos.galeon.com/html/percepcion.htm:
TABLA 1
Los padres muchas veces quieren mejorar las conductas o modificarlas de sus hijos. Las conductas humanas pueden ser modificadas para el aprendizaje a través de diferentes métodos según Skinner, el psicólogo conductista en el año 1938. Los condicionamientos logran que a través de la ley de refuerzos se aumente el índice de conductas deseadas o extinguirlas en el tiempo. Si permanentemente decimos a nuestros hijos sobrenombres estamos condicionando una conducta a un apelativo queramos o no. Si no queremos que continúe la conducta no deseada tenemos que reforzarlos positivamente a nuestros hijos, ya que al tener emociones vinculadas, no podemos castigarlos usando un sobrenombre negativo para la extinción de ésta conducta no deseada, ya que estamos castigando a la persona y no a la conducta.
Por otro lado, Los comportamientos aceptados por la sociedad pueden almacenarse y aprenderse por los niños y adultos por el aprendizaje vicario, que postula Bandura en 1977. Después de la realización de experimentos pudo observar que los individuos tienen la capacidad de aprender por modelos. Pero para que esto funcione se tienen que cumplir tres requisitos: que la persona esté prestando atención, si es capaz de recordar la conducta realizada y si finalmente lo puede ejecutar el mismo. Es decir, si nosotros mismos no realizamos la conducta no deseada, estaremos enseñando al niño a no realizarla y más bien, repetiría la conducta que nosotros realizamos sin necesidad de ponerles sobrenombres a las personas.
Según mi criterio, cualquier sobrenombre, sea positivo o negativo, marca a la persona quien recibe el mensaje. Sobre todo si es dentro de los primeros 5 años de infancia. Ya que en esa etapa los niños están construyendo su propio mundo, elaborando premisas de causa y efecto, motivo por el cual debemos tener reparo en calificar a nuestros hijos. Si por ejemplo, les decimos princesa, ¿Qué estamos buscando con ésta aseveración? Estamos buscando que se comporte como princesa en toda situación y que según los “cuentos” necesita ser salvada y está minusválida ante el mundo sin un hombre. Aunque pensemos que le estamos enviando un mensaje positivo, realmente le estamos inutilizando en el futuro. Es preferible celebrar las conductas o análisis que puedan tener, en vez de darles un calificativo. Por ejemplo, “Que lindo te has portado en la mesa, has usado tus utensilios muy bien”. Ahí estamos reforzando las conductas que deseamos que se repitan, y si queremos que alguna conducta se extinga, es mejor decirles de manera asertiva. Por ejemplo “Creo que puedes mejorar para la próxima vez la manera como utilizas tus utensilios”.
Próximamente estaré ampliando éste tema en un libro, donde no sólo hablaremos de la modificación de la conducta enfocada a nuestros hijos, sino de la reversión del daño causado en nuestra autoestima en la primera infancia por los calificativos recibidos.
[1] Guyton y Hall (2001). Tratado de fisiología médica. Vol II. 10º ed. Madrid: McGraw- Hill, Interamericana cap.57 p.809